El último reporte global de amenazas de Fortinet deja en evidencia una realidad incómoda: estamos entrando en una etapa del cibercrimen donde las organizaciones no tienen margen para el error, ni tiempo para la reacción tardía. Según el informe, Chile sufrió 27.600 millones de intentos de ciberataques durante 2024.
Esto representa un crecimiento descomunal frente a los 6.000 millones registrados el año anterior. El número no solo impacta por su escala, sino por lo que implica: los atacantes ya no actúan como grupos aislados, ahora operan como redes bien organizadas, con herramientas automatizadas, inteligencia artificial y una economía digital que convierte vulnerabilidades en productos.
El escaneo automatizado alcanzó récords históricos con más de 36.000 exploraciones por segundo a nivel global. Cada escaneo busca lo mismo: puntos expuestos, errores de configuración, sistemas sin parches, accesos mal protegidos. Y una vez identificados, esos puntos débiles se transforman en puertas abiertas para el robo de información, la extorsión o el sabotaje. La dark web, en paralelo, se convierte en el mercado mayorista de este modelo: más de 1.700 millones de credenciales robadas fueron compartidas durante el último año, y más de 100.000 millones de registros comprometidos circularon en foros clandestinos. El negocio no es atacar directamente; es vender el acceso.
Uno de los datos más alarmantes es el crecimiento del 500% en sistemas comprometidos por malware diseñado para el robo silencioso de información. Ya no se trata solo de ataques masivos. El ciberdelito es quirúrgico. Se infiltra, estudia, se mueve lateralmente por la red, y cuando encuentra algo útil, lo toma. A veces sin que nadie lo note. A veces durante semanas. Muchas veces, nunca se descubre.
Todo esto ocurre mientras muchas organizaciones siguen operando bajo la idea de que tener un buen firewall o un antivirus actualizado es suficiente. La realidad es otra. Las amenazas ya no se detienen con métodos tradicionales porque han aprendido a esquivarlos. La inteligencia artificial generativa ya se usa para redactar correos de phishing más creíbles, para camuflar scripts maliciosos y para automatizar decisiones que antes requerían intervención humana. El manual de defensa quedó obsoleto.
Y en este contexto, las vulnerabilidades no atendidas —ni siquiera las críticas, a veces incluso las mínimas— se transforman en puntos de entrada. Esos dispositivos olvidados, servidores que nadie revisa o aplicaciones con configuraciones por defecto se convierten en la vía más eficiente para atacar lo que realmente importa. Y lo peor es que muchas veces ni siquiera están en el radar de los equipos de seguridad.
Es clave cambiar el enfoque
En vez de responder al ataque, hay que prevenir el acceso. Y eso solo se logra con una visibilidad constante del entorno digital. Conocer lo que está expuesto, saber qué se puede explotar y actuar antes de que lo haga otro. Herramientas como Hacknoid existen por esta razón. No prometen detener el ataque —porque eso depende de muchas variables— pero sí permiten identificar antes que ocurra dónde están las grietas, en tiempo real, de forma continua y sin dejar zonas ciegas. Eso hoy no es una ventaja. Es una necesidad.
Los atacantes ya no pierden tiempo
Automatizan, compran accesos, escanean sin pausa y prueban millones de combinaciones por segundo. El 2024 fue una advertencia que no puede ignorarse. La diferencia entre un dato filtrado y una red comprometida suele ser una vulnerabilidad sin gestionar. Y nadie puede defender lo que no sabe que está expuesto.
En este nuevo escenario, donde el riesgo no se detiene, contar con una plataforma como Hacknoid marca la diferencia. Porque ver las vulnerabilidades a tiempo no evita el futuro; evita que sea demasiado tarde.